Hablar de política pública tradicionalmente es sinónimo o, al menos, debería ser sinónimo de hablar de Estado de Bienestar. No en vano, en una economía mixta, como la española, el Estado actúa para corregir los fallos de mercado que pueden originar, entre otros, conflictos sociales, siendo siempre garante de la felicidad de los ciudadanos.
De esta forma, el gobierno, ya sea nacional, autonómico o local, se convierte en un elemento protector, protagonista en el proceso de socialización orientado a prevenir lo que en sociología llamamos conductas desviadas que alteren el orden social.
Sin embargo no todo es blanco ni negro. Ningún Estado ni Autonomía deberían tomar decisiones unilaterales, puesto que los actores de la realidad social se concretan en tres: ciudadanos, empresas y grupos de presión. Como consecuencia los costes de coordinación y motivación pueden ser muy altos, cuando no se alcanza un consenso entre todos los agentes implicados.
En el caso catalán se asiste a una proliferación de intereses partidistas que han desconcertado a propios y extraños, y que han dejado a un lado los principios del estado de derecho, que no ha puesto en marcha los mecanismos necesarios para orientar los esfuerzos hacia la búsqueda de soluciones.
Antecedentes internacionales
No somos los primeros, ni seremos los últimos en vivir el deseo de autodeterminación en el ámbito de un estado democrático. A este respecto la ONU se pronunciaba en relación con Kosovo, señalando que el derecho a la autodeterminación se puede ejercer en contextos como la dominación colonial, invasiones militares o violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, en el caso de Cataluña estos supuestos se alejan de la realidad, dado que en España disponemos de una estructura democrática que permite la adopción de soluciones jurídicas internas que contribuyan a ajustar la norma a la realidad social.
La historia
Encontrar las raíces del conflicto en causas inmediatas no tiene sentido. No podemos entender lo que está ocurriendo si nos limitamos a observar que es lo que ha pasado en los últimos años, y aunque parezca un detalle sin importancia la historia nos dice que durante el siglo XVIII y XIX, el nacionalismo de corte Catalán ya era un hecho, consecuencia de la abolición por parte del nieto del rey sol (FELIPE V) de la Generalitat creada por Les Corts de Cervera de 1359.
La tensión social
Es innegable que la tensión política es solo la punta del iceberg. Con más frecuencia nos pronunciamos sobre un conflicto que se ha acentuado en los últimos días con motivo de la convocatoria del referéndum ¿independentista?.
Argumentos múltiples y variados, desde el «que se vayan y a ver qué pasa» hasta el «nos llevan saqueando demasiados años». Los unos y los otros vamos adoptando posiciones mientras que los que deben actuar han dejado pasar demasiado tiempo, quizás pensando en aquello del «ya se les pasará», de tal manera que lo que podría haber sido ya no es y una caricatura de lo que será se desdibuja en el aire.
Del conflicto político al conflicto social
La no toma de decisiones unida a una falta de diálogo y muy poca capacidad de escucha ha elevado el nivel de crispación hasta puntos insospechados. El problema real es que nadie sabe que es lo que está ocurriendo. Parece que de la insensatez política hemos pasado a la insensatez social. Cada uno reinterpreta la democracia como le viene mejor pero ninguno interpreta la realidad en clave de cordura.
Unos no ven y otros no escuchan, incluso hay quien se aprovecha para ganar votos populistas, que no populares, sentando las bases de su próxima campaña electoral.
El «papá» estado se diluye y pierde autoridad, en la medida en la que los ciudadanos dejan de reconocérsela. La realidad es que los catalanes pro independencia cobran protagonismo en detrimento de cuestiones como el paro, la corrupción o el terrorismo. Los que no somos catalanes nos hacemos eco de noticias que nos invitan a posicionarnos en un lado u otro. Las empresas privadas son boicoteadas por bulos que siembran muchas dudas. Los grupos de presión radicalizan sus argumentos.
Y yo ….
Sigo levantándome todos los días, llevando a mis niños al colegio, trabajando y preocupándome sobre ¿qué vamos a cenar hoy?, porque realmente las conversaciones entre amigos donde cada uno dice lo que piensa o no, pierden el sentido cuando la M-30 se atasca o la cola del súper me obliga a esperar demasiado rompiendo mi planificación del día.
¿Canadá? Quizás sea la solución.
Al final creo que el debate independentista se ha convertido en un debate sobre el derecho a elegir. En este sentido la actuación de Canadá y su sentencia sobre el derecho de autodeterminación podría darnos algunas pistas del qué, el cómo y el cuándo.
Otra vía serían los pactos institucionales, pero ¿en que término? Yo soy asturiana y dependiendo de lo que se consiga en Cataluña, a lo mejor, volver a las barricadas, puede ser el comienzo de una serie de privilegios, para una comunidad autónoma que hace mucho tiempo que vive a la sombra de una hulla escondida, difícil de extraer y de baja calidad. ¿Demagogia? Puede ser.