Hay silencios que matan, silencios que enamoran y silencios que asustan. Hay silencios amables, silencios que obligan y silencios que destruyen. Hay silencios necesarios, silencios evocadores y silencios que reconfortan. Hay silencios que otorgan, pero también hay silencios que condenan.
El silencio puede ser cobarde o valiente, puede ser una fuente inagotable de conocimiento, puede transportarnos a un mundo maravilloso o conducirnos a un laberinto de dudas pero, sea lo que sea, el silencio siempre «provoca».
Está el silencio del que escucha y escuchar es una gran virtud. Este es el silencio de los sabios, de los que tienden su mano, de los que no se precipitan, de los que siempre encuentran la salida. Es el silencio de la generosidad.
Cruel, es el silencio del que acusa y convierte la ausencia total de palabras en una mirada dura e hiriente. Un silencio ruidoso que rompe al que lo soporta, mientras se hace grande quién lo emite. Un silencio injusto, difícil de encajar, para el que solo hay preguntas y del que no se obtienen respuestas. Es el silencio del castigo, de la inseguridad, de la rudeza. Es el silencio del que huye, es el silencio del que siendo débil intenta ser fuerte. Es el silencio del que pisa, el silencio del que culpa y el silencio del que no ve más allá de su desgracia.
Terrible, el silencio impuesto bajo la premisa del que manda callar, argumentando un «tú que sabrás». Este es el silencio cobarde del que no quiere escuchar. El silencio de la supremacía, del tirano. El silencio del que alejándose de la otredad impone su autoridad. Es el silencio del complejo, el silencio del horror. Es un silencio que duele, pero que puede llegar a convencer. Es el silencio del que manipula, del intolerante, del misógino. Es el silencio de la ira.
Ansioso es el silencio tenso del que espera una respuesta, un veredicto o un juicio. Del que con paciencia observa como otros hablan. Del que con ilusión aguarda el si definitivo que le hará libre. Es el silencio del que sabiéndose inocente confía en la justicia, del que sabiéndose enamorado confía en un si quiero y del que sabiéndose perdido confía en encontrar su camino. Es el silencio de la esperanza.
Doloroso, el silencio de las emociones dirigido por el control a expresar lo que sentimos y que descansa sobre un almohada de temor llamada rechazo. Es el silencio de la experiencia, de todo lo aprendido. Es el silencio de la cautela, pero también es el silencio del miedo.
Poderoso, es el silencio del que se deja llevar para escuchar a su yo interior y bucea sin prejuicios en un mar de sensaciones, sin mayor pretensión que alcanzar el ansiado descanso del guerrero a través del mundo de los afectos, y llegar al tan deseado equilibrio.
Dulce es el silencio de los enamorados. De los que con una sola mirada mueven el mundo. Es el silencio del amor, de la belleza, de la admiración y del respeto. Es el silencio límbico, el silencio del corazón.
Invencible es el silencio de una madre cuando ve por primera vez a hijo. Es un silencio animal e instintivo. Un silencio compartido, tierno pero salvaje. Es el silencio del cuidado, el silencio reptil, es el silencio de la supervivencia. Un silencio que emociona, un silencio fértil.
Vivo es el silencio del cazador. Del que observa su presa sin perder detalle. Es un silencio matemático. El silencio de los algoritmos. Frío y calculador. Penetrante e intenso. Carente de sentimientos. Es el silencio del vacío.
Divertido, el silencio del cine mudo. Musical, el silencio de las mariposas. Vibrante, el silencio de los sueños. Desconcertante, el silencio de la soledad. Abrumador, el silencio de unos ojos. Desafiante, el silencio de la muerte.
Todo es silencio. El poder del contraste elevado a su máxima potencia. Dulce o amargo. Salado o carente de contenido. Bonito, arrebatador, pasional o esperanzador.
Y el silencio siempre será silencio, pero solo aquellos silencios capaces de eliminar obstáculos serán los que perduren en el tiempo. Los que siempre recordaremos.